Puedo suponer
Puedo suponer un tiempo en el no estaré. No acertaré. Todos mis anclajes pasados me impiden suponer lo que habrá cuando yo no tenga ser en esta realidad.
De niña soñaba el fin del mundo como una iluminación inmensa que todo lo cubría. Lo veía llegar desde el punto de fuga de la carretera que hoy tapan edificios construidos entre ese ayer y hoy. Mis fantasías de algo se alimentarían. Recuerdo que lo vivía como pesadilla y me aclamaba a mi mamá.
Si me dormía vuelta de cara a la pared, me parecía quedar expuesta. Me daba la vuelta y confiaba. Unas imágenes psicodélicas luminosas y de colores vivos me asustaban en esos sueños de infancia. No recuerdo qué era lo que me calmaba. Mamá venía a mi llamada. La puerta de su habitación estaba frente a la mía. Las dos puertas custodiaban la de entrada. Esa no me preocupaba. Viví una infancia confiada.
No puedo decir que hubiera imágenes prestadas del cine, porque estaba en los inicios de la segunda mitad del siglo veinte. Ni cine ni televisión podían crear esas fantasmagorías.
Lo que sí era vivido era el relato religioso de las monjas del colegio. La mente pudo construirse esos asideros que en sueños eran tan extraños.
Me quedó el rechazo de dormir de lado.
Señales apocalípticas me cruzan la mente. Sólo este instante. Nada que recordarse, porque el polvo ocupará los rastros como lo hizo con los de mis antepasados.
La ficción recrea desde un presente potenciado y exagerado.
La naturaleza seguirá su curso. Lo humano quizá.
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