Gritar
En los últimos tiempos de estudiante, cuando hacía Magisterio, salí a menudo a hacer senderismo y montañismo con amigas y amigos. Una vez subimos al Pico del Águila, desde Arguis. Allí solté un grito desde dentro, en la cima. ¡Qué bien me sentó!
Es algo que no he hecho nunca más. Una pena, porque es algo que sana. Estoy domesticada.
No encuentro un espacio en que sea posible liberar hasta ese punto.
Bailar me lo permite en parte. Al hacerlo me conecto rítmica con los sonidos y vibro en esa frecuencia. Cuerpo y mente se unen.
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